jueves, 28 de julio de 2016

Las manchas amarillas de la memoria.

A pesar de que los recuerdos de infancia son los últimos en perderse, mi madre ya no recuerda que con 12 años comenzó a bordar esta colcha. Que lo hacía por las tardes en el colegio, primero con Las Esclavas de Moguer y después con las de Sevilla. Fue un trabajo de varios años, de muchas tardes de bordado mientras una compañera leía El Quijote en voz alta. Tampoco recuerda que nunca le gustó el color del hilo con el que le tocó bordar y que usaba un bastidor enorme, más grande que ella misma, pues ella siempre fue una niña delgada y menuda.


Pero yo lo recuerdo todo porque me lo contó muchas veces, cada vez que sacaba la colcha para mostrárnosla, airearla y volverla a guardar. Nunca se usó, ni tan siquiera se lavó, pues fue una reliquia casi desde el día siguiente en que la terminara. Aunque vagamente recuerdo que contaba que no está terminada del todo. Y así seguirá, incompleta, pues si bien en uno de sus pliegues encontré un cartoncito con su nombre escrito por ella misma con el hilo enrollado, no voy a completar una tarea que la vida quiso que así se quedara.


Ahora me la he traído a casa y me he atrevido a lavarla para quitarle esa pátina del tiempo, esas manchas amarillas de cajones de ropa blanca que amarillean con los años. Y las manchas han desaparecido, las de la colcha, porque las de su memoria son cada día más grandes y oscuras. 


Y he guardado la colcha en un cajón junto al cartoncito de hilo, seguirá sin usarse, seguirá siendo una reliquia a la que le saldrán nuevas manchas amarillas. Y recordaré sus recuerdos olvidados cada vez que yo airee la labor de aquella niña delgada y menuda que vuelve a serlo: delgada, menuda y niña.


He estado ausente más de lo habitual atendiendo a mi madre y a mi padre, que a veces se convierte en el de mi madre también. Nos volvemos a ver entre mis gotas en septiembre, cuando termine de organizar el caos en el que es mi vida este verano y las telas vuelvan a regalarme la rutina que tanto necesito. Un beso y gracias por estar ahí.


lunes, 11 de julio de 2016

De perritos y patatas.

¿Conocéis a la patata Kawaii? Yo no. Y eso que he hecho una, pero sigo sin enterarme qué es eso de una patata Kawaii. Jajajaja. 

Después de que mi sobrina le regalase a su amiga la muñequita que le hice (aquí te lo conté), a sus amigas se les antojaron nuevos inventos de tela. Y una vez que las madres aprobaran el tener más trastos en casa (os lo cuento literalmente), me mandaron las peticiones: una patata Kawaii y una perrita.

Después de investigar infructuosamente en la tal patata esto es lo que salió. 


Y esto es lo que me mandaron y a partir de lo cual yo debía tabajar: el perrito y la patata. 


Pues nada, patata Kawaii. 

¡¡¡Feliz semana!!!

lunes, 4 de julio de 2016

Madera, visillos y croché.

Hoy os quiero enseñar otro trabajito de los que me dedico a mí misma y que, al igual que los cojines, he tenido aparcado durante varios meses. 

El otoño pasado un vecino de mi suegra en la playa hizo reformas en su casa y desechó un mueble vitrina. Era el típico mueble provenzal en color miel que hace años decoraba la mayoría de casas playeras. A mi marido y a mí nos gustó y pensamos que, restaurándolo, bien podría ser nuestra nueva despensa en la cocina. 

Como no teníamos prisa, lo dejamos aparcado en mitad del salón de mi suegra y allí pasó el invierno. Hasta que llegó el buen tiempo y mi suegra se quiso venir a disfrutar de su casa de la playa (y de su salón, claro está).  Así que de repente nos entraron las prisas. Mientras, yo había estado hablando con Luz (A la búsqueda de cosas bonitas) pidiéndole consejo sobre las pinturas chalky. 

Finalmente, nos decidimos por materiales conocidos, así que lo lijamos y Luis lo tiñó con un protector para madera que ya ha usado en otras ocasiones y con el que trabaja cómodamente. Su tarea ya estaba hecha, ahora tocaba la mía: poner visillos a las puertas de cristal. 

La tela ya la tenía de otros que le preparé a mi hermana. Las barritas las compré, y me equivoqué. Pero sin ganas de volver a la ferretería, me dije: ya le encontraré remedio. 

Y pasó un mes, y otro, y hasta otro, creo yo. Hasta una tarde, que me cogió con ganas y con tiempo, y no sólo preparé visillos sino que remedié mi equivocación, que más bien fue despiste. Porque muy convencida me fui de casa sabiendo lo que tenía que pedir, y en la tienda pedí justo lo contrario. Enajenación mental transitoria creo que se le llama a eso. 


El mueble en cuestión es este. Al natural, mucho más bonito que en fotografía. Como veis, la parte de arriba de la vitrina es curva, con lo cual las barritas extensibles que se sujetan en el marco no cubren toda la superficie. Y como no me apetecía descambiarlas por unas de las que se sujetan con una puntillita y por tanto sí servirían, tuve que emplear la imaginación. 


Tenía por casa una cinta de croché que hizo mi hermana o mi madre (no recuerdo) para un camisón cuando éramos pequeñas. El camisón se quedó en proyecto, así que la cinta estaba intacta. La coloqué en el interior con unas chinchetas y a partir de esa altura preparé el visillo. 


Ha quedado original y en nuestra cocina ya luce nuestra despensa "nueva". 


Feliz semana y felices vacaciones a quien las disfrute. 

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